Postinternet y el valor de los formatos digitales

Doreen A. Ríos

2018

 

Pattern of Activation, Katja Novitskova, 2014

 

El acceso a internet se ha convertido indudablemente en una necesidad básica en la sociedad contemporánea. A medida que se cumplen 30 años desde el lanzamiento del protocolo WWW, el internet ha experimentado diversos cambios en su estructura y en la forma en que crea conexiones más allá de las pantallas. Si bien la utopía del internet temprano, que prometía acercarnos a la aldea global imaginada por Arthur C. Clarke en El Centinela y brindarnos acceso a información y la capacidad de compartir opiniones sin censura, ha perdido vigencia en los últimos años, es evidente que el internet ha permeado prácticamente todas las áreas de la interacción humana.

Este fenómeno nos lleva a observar cómo muchos de los elementos estéticos e ideológicos que surgieron en esta red de redes ahora se desbordan más allá de la pantalla para materializarse en objetos, imágenes, gestos, sonidos e incluso comportamientos. Un ejemplo de ello son los planteamientos del postinternet, que han estado presentes desde principios del siglo XXI en libros como All-to-one: The Winning Model for Marketing in the Post-Internet Economy (2001) de Steve Luengo-Jones y The Future of Marketing: Practical Strategies for Marketers in the Post-Internet Age (2002) de Cor Molenaar, los cuales exploran cómo el internet se ha convertido en un terreno fértil para la publicidad y el comercio.

Sin embargo, no se limita únicamente a estos ámbitos, ya que el postinternet también plantea implicaciones en nuestra forma de comunicación, producción cultural y espacios políticos. En 2006, la artista y curadora estadounidense Marisa Olson comenzó a emplear el término postinternet para describir su propia producción artística, así como la de muchxs otrxs artistas que utilizan el internet como materia prima para el desarrollo conceptual de sus obras.

En este contexto, vemos cómo se produce un desprendimiento de la pantalla, ya que no toda la producción asociada al postinternet adopta un formato digital, sino que utiliza el internet como punto de partida y busca manifestarse en formas físicas. Como señala Louis Douglas al referirse a Marisa Olson, "[la definición de postinternet] reconoce que el arte de Internet ya no puede ser estrictamente definido como algo basado únicamente en computadoras o en Internet. Más bien, debe ser identificado como cualquier tipo de arte que esté, de alguna manera, influenciado por Internet y los medios digitales" (Douglas, 2011).

 

Image Objects, Artie Vierkant, 2015

 

De alguna manera, esta definición plantea una provocación al considerar que desde la masificación del acceso a internet, no existe producción contemporánea que no se entrelace, aunque sea de manera sutil, con sus discursos, estética y formatos.

Si bien la estética postinternet señala que es "el resultado del momento contemporáneo: constituido de raíz por una idea ubicua de autoría, un desarrollo de la atención como moneda de cambio, el colapso del espacio físico en la cultura de redes y la infinita reproductibilidad y mutabilidad de los materiales digitales" (Vierkant, 2011), y con ello destaca la importancia de comprender el internet para entender tanto lo que sucede en línea como fuera de línea, también nos invita a cuestionarnos dónde radica el valor de los formatos digitales.

Durante mucho tiempo se buscaron soluciones para esta pregunta, como la creación de formatos físicos para la producción informada por internet, con el fin de traducir el valor de los objetos digitales a conceptos tradicionales y bien establecidos por las estructuras económicas.

Sin embargo, este enfoque, al igual que el sueño del internet temprano, ha experimentado una reconfiguración significativa a partir del dominio de las redes sociales en la web. La aparición de la denominada Web 2.0 hizo que el flujo de información distribuida a través de internet pasara, de manera casi natural, por las mismas plataformas en línea. En la actualidad, nuestras vías de acceso a noticias, productos, ensayos y piezas de interés están mediadas por redes como Facebook, Twitter e Instagram, las cuales filtran su contenido mediante algoritmos personalizados, dando preferencia a unxs sobre otrxs en función de quién paga mejor para llegar a lxs usuarixs. Este cambio ha tenido un impacto significativo en la forma en que valoramos los formatos en línea.

Si bien comprender qué hace que un formato digital sea valioso no se puede analizar únicamente desde los estándares tradicionales que suelen basarse en la ley de oferta y demanda, la cual ha priorizado durante mucho tiempo los objetos/servicios/piezas únicos y de difícil acceso por encima de otros, estos formatos digitales aún se rigen por las mismas estructuras de poder (políticas, económicas y sociales). Tomemos como ejemplo a una de las corporaciones multimillonarias basadas en internet: Facebook.

A pesar de ser una plataforma gratuita con 2.271 millones de usuarios (Mejía, 2019), Facebook generó 55.838 millones de dólares en 2018, lo que plantea la pregunta: ¿cómo puede una plataforma que no cobra por sus servicios a lxs usuarixs generar ingresos? La respuesta es sencilla (y ampliamente conocida desde 2019): a través de la venta de datos personales de sus usuarixs a otras corporaciones que pueden beneficiarse de ellos. En el documental The Great Hack (2019), Brittany Kaiser, ex empleada de Cambridge Analytica (una empresa de medios involucrada en campañas políticas como la de Trump y el Brexit), menciona que en 2018, las inversiones en la recolección y venta de datos personales superaron el valor del petróleo, convirtiéndolos en el activo más valioso de la era contemporánea.

Este hecho marca la primera vez en la historia en la que un activo en formato digital es más valioso que cualquier otro de naturaleza física, debido al impacto de estos "0's" y "1's" en la política internacional, la especulación financiera y la industria farmacéutica. Esto nos lleva a repensar los conceptos que utilizamos para entender el valor de una entidad.

Tomemos como ejemplo a los memes: si nos preguntamos conscientemente cuál es el meme más valioso, seguramente responderemos que es aquel que se vuelve viral. El meme más valioso generalmente es aquel que se ha difundido ampliamente, trascendiendo el lenguaje, la calidad de la imagen e incluso su origen. Esto lo convierte en un elemento universal, y el mensaje que transmite se convierte en una poderosa declaración tanto de las masas como para las masas. Por lo tanto, no es sorprendente que desempeñe un papel crucial en campañas políticas, comercio de productos y servicios, entre otros aspectos de la sociedad actual.

 

Photoshop CS: 84 by 240 inches, 300 DPI, RGB, square pixels, default gradient “Spectrum”, mousedown y=25130 x=35700, mouseup y=0 x= 35700; tool "Wand", select y=1420 x=4237, tolerance=80, contiguous= off; default gradient "Spectrum", mousedown y=1230 x=0, mouseup y=1230 x=71710, Cory Arcangel, 2018

 

Si vinculamos la noción de postinternet con la del valor de los formatos digitales, podemos observar que nuestra relación con este tipo de contenidos está directamente relacionada con su viralidad. El internet, como materia prima, no nos sitúa en una etapa posterior al internet, sino en un continuo "durante" que muta con facilidad, haciendo que los contenidos virales se vuelvan obsoletos a una velocidad desmedida, al mismo tiempo que se renuevan en un ciclo aparentemente interminable.

Al buscar estrategias que nos permitan seguir el ritmo y dar sentido a esta condición, resulta interesante observar cómo se investigan ampliamente desde la ficción, la creación especulativa y, sobre todo, la crítica cultural, donde podemos insertarnos y repensar los valores de nuestro entorno. Es fundamental mantenernos alerta frente al inminente aceleracionismo y abrir el camino hacia la discusión sobre cómo resistir, convirtiéndonos en creadores en lugar de meros consumidores.

En este sentido, es valioso reflexionar sobre el origen del contenido que consumimos y cómo se materializa más allá de la pantalla. Como señala James Bridle, "si queremos comprender el complejo papel que desempeña la tecnología digital en la configuración del mundo que nos rodea, necesitamos una mejor comprensión de los sistemas complejos en general, de otros marcos invisibles pero ocasionalmente legibles, como la ley. A su vez, podemos aplicar lo que hemos aprendido en el estudio de la computación y las redes para ampliar nuestra comprensión del mundo que nos rodea, como un modo de análisis y posiblemente como una palanca para cambiarlo" (Bridle, 2014).