La colaboración artística entre el hombre y la máquina

Por: Leonardo Mejía Madero

 

Desde sus inicios el hombre desarrollo distintas herramientas para facilitar sus tareas y así poder satisfacer sus necesidades, una de ellas, intrínseca a cualquier ser humano, fue la de comunicarse. Como todo ser humano, el hombre primitivo también llegó al mundo sin ninguna instrucción, meta o misión, y por tanto a través de la interactividad se vio obligado a conocer su entorno y adaptarse a este, tal y como sucede ahora, por supuesto, bajo la gran ola de avances tecnológicos.   

Según la Real Academia Española la palabra máquina refiere al “conjunto de aparatos combinados para recibir cierta forma de energía y transformarla en otra más adecuada, o para producir un efecto determinado.”

Partiendo de lo anterior, la idea del algoritmo emana de inmediato en cualquier ámbito, pero esta vez me centraré solamente en el artístico.

Sin duda, las capacidades de muchas máquinas hacen parecer al hombre actual un ser obsoleto. Lo que un ebanista del Renacimiento lograba tallar con sus gubias en varios días, hoy una broca devastadora lo hace en minutos. De igual forma, la llegada de herramientas como el rotomartillo, hace que materiales como la piedra ahora parezcan bastante frágiles y fáciles de manipular.

El tono de la sangre con la que el hombre primitivo pinto la cueva de Altamira, hoy se vende en tubos de óleo listos para usarse, y con aproximadamente 15 000 años de diferencia y un sinfín de máquinas a su disposición, el hombre actual conserva el deseo de expresarse y dejar su huella.

Analizando a fondo, las máquinas se encuentran desde la producción de materiales, que a su vez podría denominarse parte de la preproducción del arte. Dicho sea de paso, variantes del arte no requieren en sentido estricto material alguno y por cuestiones como esta me resulta necesario aclarar que el arte no siempre desemboca o trata de buscar su esencia en la materialidad.

Contrario a lo anterior y por la forma en que se estructura, el cuerpo también puede ser visto como herramienta y/o máquina. Sin embargo, gran parte del arte expuesto hoy día encuentra sus cimientos en las máquinas, ya sea en preproducción, producción, postproducción, montaje o distribución.

A principios del siglo pasado, la innovación tecnológica trajo consigo el planteamiento de diversas máquinas, influenciando de manera clara el arte, recordemos la cuarta premisa del manifiesto futurista:

“Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso... un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia.” (Manifiesto del Futurismo, 1909).

De este modo, las maquinas dieron su primer golpe, abriendo la grieta por la que más tarde el arte permearía.

Otro suceso de gran impacto en la sociedad me parece fue el cine de ciencia ficción, cuyo auge suscito que grandes empresas y desarrolladores tecnológicos apostarán por los fantásticos modelos que este género presentaba, pues bastaba con observar a los espectadores saliendo de las salas de cine maravillados.

Sin embargo considero que el golpe más fuerte ocurrió hasta la década de los noventa con la llegada del arte multimedia, fortaleciéndose así centenares de artistas en busca de propuestas cada vez más novedosas, mismas que hasta el día de hoy permanecen en desarrollo.

Nuevas generaciones continuarán surgiendo. Lo cierto es que la innovación tecnológica y la inserción de máquinas seguirán configurando nuestros estilos de vida, obligándonos directa o indirectamente a la adaptación.

Por suerte, aunque se nos presenten múltiples escenarios, nosotros continuaremos viendo hasta donde queramos. Bien lo dejó escrito Brea “La capacidad de ver no se limita a la cualidad orgánica del ojo” (Brea, J, L, 2010). Cayendo nuevamente en algunas de las características que tanto nos diferencian de las máquinas: ser sujetos analíticos, críticos y reflexivos.

Considero también que la colaboración entre máquina y humano es cada vez más aceptada y al ser nosotros tan vulnerables, creo que en un futuro no se dudará la implementación de mejoras tecnológicas en los humanos, convirtiendo al transhumanismo en una realidad, dando cada vez más razón a la frase “Es más fácil robotizar un humano, que humanizar un robot” (Anónimo). Y sea cual sea el ámbito a trabajar, las máquinas estarán presentes.

Por último, como parte de mi experiencia personal, percibo que el arte seguirá favoreciéndose de su contexto y si hay máquinas en este, no dudará en apropiárselas.

Ejemplo de esto es el trabajo de Fabián Cano, quién realiza dibujo a partir de tecnologías distanciadas del contexto artístico y cercanas a labores masivas como lo es usar retroexcavadoras para dicho fin, quedando aquí otra variable al aire: la posibilidad de utilizar las herramientas que expanden las posibilidades del cuerpo, ya sea para optimizar el trabajo o tal vez para entorpecerlo.

Al poner en duda el cuerpo como instrumento directo de la creación artística, Cano evidentemente hace un comentario sobre el hombre  y las nuevas tecnologías, y plantea una forma distinta de estructurar el movimiento del cuerpo a través de una palanca.

La lista es larga y excesivamente debatible, hoy la diversidad cultural es muy basta y orientar el arte hacia un camino concreto sería una tarea imposible. Un último concepto que me viene a la mente es lo contemporáneo, pues también está de moda escuchar a artistas colocarse está etiqueta.

Técnicamente las maquinas logran resultados asombrosos, sin embargo cuestiones como la creatividad aún son propias al humano y me gusta aprovecharlas.

En conclusión, dudaría de nuestra cualidad humana, pero nunca de que somos seres programables. Otra diferencia con las maquinas es que si cometemos o encontramos un error es posible que podamos repararlo o gestionarlo, incluso podemos detectar errores favorables.

“El ordenador no es una máquina inteligente que ayuda a gente estúpida, dehecho es una estúpida máquina que funciona sólo en manos de gente inteligente”

-Umberto Eco

 

Bibliografía

Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.). Madrid, España: Autor.

Brea, J. L. (1990). Las Tres Eras de la Imagen. (1ª ed.) Madrid: Ediciones AKAL.