Hacia un fundamento post-digital de la identidad: Los dispositivos y el sujeto virtual.

Por: César Chirinos Oropeza

Todas las imágenes: Vista de exposición, Nicolás Lamas, "Archæology of Darkness", Meessen De Clercq, Bruselas 2019.

Todas las imágenes: Vista de exposición, Nicolás Lamas, "Archæology of Darkness", Meessen De Clercq, Bruselas 2019.

Sobre el dispositivo y el sujeto virtual.

En el siguiente texto, tengo como propuesta presentar algunas ideas sobre los sujetos virtuales y la identidad. Así como también, formular una línea de pensamiento que desencadene una reflexión sobre las implicaciones y fundamentos de las subjetividades y los soportes virtuales, de sus interacciones con las personas, de las dimensiones sensitivas de su apropiación y de su colocación en el mundo mediado por los dispositivos.

En primer lugar, considero pertinente introducir el término de dispositivo y discutirlo en su relación con una noción post-digital de la identidad. Aproximando el entendimiento del dispositivo con ayuda de la teorización genealógica del concepto trazada por G. Agamben en su texto ¿Qué es un dispositivo? como el pilar fundamental en el que localizaré mi argumento.

Siguiendo a Agamben, un dispositivo ubica virtualmente casi a cualquier cosa. Si bien el concepto se ha designado para acepciones concretas en tanto significación tecnológica, no estamos hablando en un principio, de un término que haga referencia a un objeto en particular. Sino, además, de la red de interacciones que existen entre estos objetos inscritos en una relación de poder — de disposición.

Dispositivo viene de los componentes léxicos en latín dis, positus y tivo que en conjunto significarían algo así como “lo que está puesto ahí para producir o generar una acción”. No es de extrañarse entonces, que el referente más inmediato a la noción del dispositivo apunte a las máquinas, a los mecanismos o a un sistema. Sin embargo, un mecanismo y un sistema pueden involucrar también al lenguaje, a los discursos, a los medios y en última instancia, a una serie o conjunto de prácticas que tengan por objeto generar un efecto.

Los discursos, los lenguajes, los objetos y las prácticas que utiliza una persona producen significados, — generan sujetos — que configuran procesos simbólicos y constituyen a un determinado contexto cultural. Es aquí donde vislumbramos una primera interacción entre el dispositivo e identidad.

La silla en la que estoy sentado es un dispositivo en tanto que dispone una manera particular de sentarme, un cuchillo es un dispositivo en tanto que su morfología guía a mi mano para cortar de determinada manera. La generalización popular del amor romántico es un dispositivo en tanto que dictamina una expectativa de afectividades en una relación entre dos personas.

Las escuelas, los bancos y las galerías de arte son dispositivos en tanto que predisponen una manera de relacionarse entre las personas que las usan y sus principales objetos de uso (educación/dinero/arte). Las reacciones de Facebook, las historias de Instagram, los corazones de twitter, son dispositivos debido a que son interfaces diseñadas para producir un efecto replicable a ideas cuantificadas sobre una determinada valoración social.

En última instancia, tanto la indumentaria y la moda, como los soportes virtuales y la imagen digital, son dispositivos en tanto que los primeros disponen un modo de encubrir y distribuir socialmente la particularidad de los cuerpos y los segundos operan como herramientas y conceptualizaciones de apropiación para una determinada representación sensorial de la realidad.

Agamben señala que los dispositivos generan sujetos. No hay dispositivo en tanto que no haya un proceso de subjetivación, de producción de sujetos. Un sujeto es la suma de las relaciones que tiene una persona (ente viviente) con un dispositivo. Del dispositivo del amor romántico resultan los sujetos casados. Del dispositivo de la música electrónica resulta el sujeto productor, el sujeto DJ, el sujeto raver, etc. Del dispositivo de la moda resulta el sujeto diseñador, el sujeto director creativo, el sujeto modelo, el sujeto usuario, etcétera.

Nuestra existencia está pues, mediada por dispositivos que nos subjetivan. No ha habido un momento en la historia de la humanidad, desde la conformación de la civilización hasta las fases más extremas del desarrollo capitalista en la que las personas no hayan sido sujetas por procesos de subjetivación mediados por dispositivos llamémoslos fuego, agricultura, escritura, iglesia, arte, fábricas, ciudades, computadoras, videojuegos, internet, teléfono móvil, emojis, etc.

No considero un detalle banal que Agamben aclare que el teléfono móvil sea en su distinción particular, uno de los dispositivos que más molestia le generen. Siguiendo su análisis, uno podría detenerse a pensar en el tipo de sujeto y el tipo de subjetivaciones que genera el teléfono móvil como dispositivo; en tanto las mediaciones comunicativas que genera, en tanto artefacto de control y en tanto en (posibilidad o) inhibición afectiva entre las personas que lo utilizamos.

En efecto y como bien lo ha señalado él mismo, resultaría inútil considerar la desactivación o destrucción de los dispositivos en tanto que estos siempre han mediado nuestra relación con lo humano — esto es, han prolongado sus raíces en el proceso mismo de la hominización, han prefigurado el orden antropocentrista de la existencia humana —.

En el análisis con origen teológico que propone Agamben, se presenta la noción de profanar como una forma de contrarrestar la dictaminación divina ocasionada por el dispositivo. Si los dispositivos consagran — esto es, hacen sagrada — una determinada relación de subjetivación de una persona con los objetos, profanar correspondería, por el contrario, a una restitución, a una apropiación, mejor dicha, del dispositivo al libre uso de las personas.

Profanar es el contradispositivo que restablece al uso común, aquello que fue separado de un uso libre por un sacrificio. Entendiendo a este sacrificio como el momento en el que un dispositivo coloca a una persona en la dinámica inconsciente de poder propia del dispositivo.

Si un amigo me hace una pregunta importante vía WhatsApp, el dispositivo-app me sitúa en una circunstancia en la que me veo obligado a contestar su mensaje lo más rápido que pueda, pues es la acción que la interfaz y el acuerdo que establezco con ella espera que realice. El sacrificio corresponde en este ejemplo, a subjetivarme a este sistema de comunicación inmediata, profanarlo sería intervenir con ese proceso para que no me disponga de manera inconsciente en tanto mis acciones y libre albedrío. No omitirlo ni destruirlo, sino impedir que me alinee a su subjetivación.

La particularidad radica en que, según lo ensayado por Agamben, los dispositivos que proliferan en nuestra época actual no generan sujetos, sino por el contrario, procesos de des-subjetivación y esta diferencia con los dispositivos antiguos hace que profanarlos sea particularmente difícil.

Al usar un teléfono móvil — una computadora interconectada — no se adquiere una nueva subjetividad (diría yo, muchísimas), sino un artefacto de orden cuantificado por el cual una persona puede ser controlada con mejor eficacia. A mayor complejidad del artefacto o sistema tecnológico, más sofisticado es su sistema de control, de alienación divina con el usuario, de disposición.

El problema de los dispositivos no se reduce a la inadvertida e ingenua opción de operarlos bajo un velo de buenas intenciones en tanto que, cómo dispositivos, siempre van a generar subjetividades o procesos de des-subjetivación. Esto es, las buenas intenciones no modifican el objetivo del dispositivo ni interfieren con su manera de disponer.

No obstante, Agamben menciona que todos los dispositivos en su raíz localizan un deseo de buena voluntad. Es la apropiación de ese deseo pues, la vía de profanación idónea para encarar a los dispositivos actuales, no destruyéndolos ni desactivándolos, sino estableciendo una relación de autonomía con ellos — desacralizando — e interviniendo de manera consciente con sus procesos de subjetivación.

Tarea que se advierte compleja cuando los procesos de subjetivación y des-subjetivación se difuminan y ocurren recíprocamente indiferentes. Los dispositivos que operan en la actualidad — como el teléfono celular, el internet y el mundo virtual — ya no sitúan a un tipo de sujeto que pueda ser unificado en una sola particularidad, pues generan tantas disposiciones, que trazar una determinación auténtica sobre la manera en la que operan sobre nosotros es casi imposible de rastrear.

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Detendré el análisis sobre el texto de Agamben pues he llegado al punto en el que quiero centrar mi reflexión: el proceso de des-subjetivación encarándolo al fenómeno del sujeto y los soportes virtuales. Para esto será preciso retomar la cuestión de los significados y de las mediaciones con el fin de formular una especulación sobre el fundamento que conforma a la identidad en los sujetos y los soportes virtuales.

Lo que me interesa debatir sobre el argumento de Agamben, es que estar bajo el yugo de un gran proceso de des-subjetivación por los dispositivos, como el advierte, no solo es una condición cuestionable que valdría la pena desentrañar con más precisión: ¿Sólo los dispositivos contemporáneos des-subjetivan? ¿Un sujeto fragmentado, deja de ser sujeto? ¿Qué pasa cuando se adquiere una alienación de orden senso-corporal con el dispositivo?

Vislumbro aquí una posibilidad de pensar en ya no un proceso de des-subjetivación, sino de especular la conformación de nuevos tipos de sujetos que ningún otro tipo de dispositivo había subjetivado con anterioridad. Si los dispositivos se complejizan, su manera de disponer también. Un dispositivo nunca deja de subjetivar, pues si no, no sería un dispositivo.

Que pensemos por default en un orden físico — y no en uno virtual — de la realidad y de producción de significados, no quiere decir que no se generen meta-subjetividades dentro de los soportes que los mismos dispositivos complejos han generado.

A esto nos remite la noción de lo post-digital, al entendido de que existimos en un momento de la vida que está ocurriendo después de lo digital. A pesar de ser pertinente, no es la intención de este breve escrito describir a detalle qué es lo post-digital y sus implicaciones[1], no obstante, si provocaré, con una serie de preguntas, una reflexión sobre cuestionamientos que ayudarán a delinear algunas acepciones sobre el sujeto y los soportes virtuales.

¿Qué pasa cuando todas las intersubjetividades pretenden estar conectadas? ¿Qué le ocurre al proceso de identificación y subjetivación de las personas cuando los espacios y cogniciones están mediadas tecnológicamente? ¿De qué manera los dispositivos generan meta-realidades? ¿Cómo podemos describir al sujeto de esta meta-realidad?

Pensemos en la realidad virtual como ejemplo de otro dispositivo. Podemos entender a una realidad virtual como un videojuego, una experiencia en VR e inclusive como un sueño. Cuando me adentro en ella, en primer lugar, hay una mediación de orden sensorial que dictaminará mi modo de percibir los escenarios (un control, un casco, un estímulo eléctrico dentro de mi cerebro).

En segundo lugar, esta interfaz, que dispone a mis sentidos de manera tal en la que este mundo creado/diseñado/imaginado pueda (o no) tener un sentido para mí, dependerá del tipo de subjetivación que la realidad virtual desee imponer sobre mí. Pero, sobre todo, de la interpretación y valoración de orden simbólico que haga de los fenómenos y acontecimientos que ocurran dentro de éste universo y de las interacciones significativas que realice con sus objetos.

El dispositivo realidad virtual me ha dispuesto en distintos niveles: primero, creando una mediación con un mundo imaginario, y segundo, otorgándome un sentido de valor cognoscible y emocional en tanto que generó en mí una reacción significativa. La realidad virtual es un dispositivo del que resultan múltiples procesos de subjetivación que, a su vez, generan meta-sujetos, más no una des-subjetivación.

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Una acepción crítica que deviene del arte digital sobre el concepto de lo post-digital (Bishop, 2017), identifica la necesidad de desarrollar nuevas maneras de intervenir la formación estructural de la realidad, señalando que la materialidad de lo digital no se reduce al software ni tampoco al hardware, sino a una condición — que gracias al internet — genera una realidad masivamente distribuida, otorgando condicionantes para definir nuestra percepción.

Lo post-digital, en tanto campo semántico de adscripción al sujeto virtual, encierra a las prácticas y a los soportes virtuales — y no virtuales — que afectan el sentido de la contemporaneidad. Considerando que el sentido de los fenómenos que encierran a nuestra sociedad actual, se rigen por un dispositivo de orden especulativo, de pretensión universal y de interconexión e inmediatez infinita: el internet.

Puede ser debatible que el internet sea o no el dispositivo más complejo y de mayor alcance que haya permeado en la humanidad. Así como el dispositivo que se haya implantado de manera más profunda en los sistemas, afecciones, disposiciones y subjetividades de las personas. Pienso en el lenguaje como el dispositivo que elocuentemente (pero también debatible) Agamben ha mencionado como el de origen más primigenio, pero ¿Qué otro dispositivo se ha ostentado de re-articular, re-definir y re-configurar las implicaciones y alcances del lenguaje en tanto mandato comunicativo sino el internet?

La propiedad más clara del internet es que es inmaterial. Es un orden comunicativo inmediato y de pretensión universal que subjetiva los modos de ser de una persona con el mundo, con otras personas, con los objetos y artefactos que nos rodean. No solo eso, sino que el internet también subjetiva los modos de ser de una persona con los mundos, los entes, los sistemas y los objetos que el mismo internet genera.

Al hacer esta reflexión, entendemos que el internet trasciende ya, los límites de la pantalla o de cualquier interfaz. El internet no necesita de ningún soporte físico en tanto que su disposición es inerte e inevitable a nuestra manera de ser con lo que nos rodea. Se puede estar desconectado, pero nunca fuera de su alcance. Como dispositivo, el internet persiste offline como modo de cotidianeidad, de supervivencia, de producción y de organización. (Steyerl, 2015)

El internet es un dispositivo que a su vez genera otros dispositivos. Dispositivos para la interactividad entre las personas, para artefactos tecnológicos y para el ordenamiento de sistemas sociales. El internet es él dispositivo cuyo orden de disposición en tanto generador de subjetividades reconfigura el lenguaje y la comunicación misma. Así como los entornos, las interfaces, la mediación entre las personas y sus (meta)identidades.

Si el internet y sus dispositivos tecnológicos han permitido y catapultado la proliferación de dispositivos virtuales, entonces existen también los sujetos virtuales. Sujetos que, en su conformación inmaterial a través de un soporte que también es virtual, adquieren características únicas de ser y estar en un mundo mediado por artefactos, interfaces y sistemas. Este sujeto virtual se localiza en la intersección entre lo digital, en tanto que su conformación cuantificada es transferible y reproductible, y en lo material, en tanto que la generación de significados y disposiciones culturales ocurren con una implicación afectiva en su relación con el mundo material.

No son máquinas, artefactos, informaciones ni espíritus los componentes de los condicionamientos que operan sobre nosotros, sino las relaciones entre las personas las que otorgan el significado y la presencia de una determinada manera de disponer (Katz, 1998). Y son estas relaciones las que, añadiría, permiten la consagración o bien, la profanación de los dispositivos.

El sujeto virtual se conforma en la subjetivación de los dispositivos inmateriales. Es el producto de una senso-corporalidad mediada por interfaces, de una identidad que se re-construye y se fragmenta y de una configuración reproductible que se ubica en distintos niveles de significación cultural.  Preguntarnos acerca de su conformación y su orden identitario —qué es lo que lo conforma en tanto sujeto virtual — permitirá desentrañar su fundamento.

El mundo mediado y el fundamento de la identidad post-digital

Los sistemas simbólicos se han estructurado históricamente por las mediaciones que generan las determinaciones tecnológicas en las personas. Así como el lenguaje es adquirido por las interacciones que una persona comparte en comunidad con otras. El sentido que se adquiere entre conciencia, mundo y lenguaje no se puede transferir ni determinar sino se transforma en conjunto con alguno de estos tres componentes. (Krug, 2005)

Las tecnologías de la comunicación, al convertirse y desarrollarse en sistemas, trasforman directamente nuestra relación con el lenguaje, pero también la manera en que percibimos lo que aparece ante nosotros en el mundo y por consiguiente nuestra significación con él.

No fue, sino hasta que apareció la escritura, que se consagró la historia de la humanidad y tampoco fue, hasta que se pudo constatar mediante un registro que inscribiera las ideas y fundamentos de una comunidad que se fundó la civilización. Tampoco fue, sino hasta que surgió el internet que los sujetos pudieron colocarse de manera instantánea, inmaterial y omnipresente con otros sujetos en una determinación mediada tecnológicamente.

Podríamos ampliar esta reflexión de orden fenomenológico no solo a las tecnologías de la comunicación, sino a los dispositivos en sí mismos: No fue sino hasta que surgió el fuego, que los humanos pudieron modificar su alimentación y desarrollar capacidades cognitivas complejas. No fue hasta que surgieron las religiones como institución y aparato de control, que se sistematizó la espiritualidad. No fue, sino hasta que surgieron las fábricas y el sistema de producción industrial que aparecieron las ciudades y no fue hasta que la indumentaria se concibió como el objeto primordial para satisfacer una necesidad identitaria que surgió la moda.

La relación de poder que se genera entre dispositivos y sujetos, revela la particularidad de un determinado orden y contexto social. Devela, en última instancia, una determinada disposición a un sistema o configuración cultural.

Nuestra consciencia moldea nuestra relación con los mundos creados por los sistemas simbólicos, que a su vez se encuentran ya estructurados por la tecnología. El sujeto conforma su subjetivación con el mundo que habita en el entramado de mediaciones que intervienen con él. Llamémosle lenguaje, artefactos, instituciones y entornos.

Si percibimos el mundo principalmente a través de sistemas mediados de representación — como la escritura, el teléfono móvil, y la realidad virtual —. El mundo en sí mismo se convierte en un aspecto ampliado de la tecnología y eso condiciona a nuestra consciencia y al lenguaje de igual manera.

El viento sopla mi cara, el sol calienta mi piel, mi ropa cubre mi cuerpo y siento la necesidad de bailar cuando escucho mis DJ-sets. Estoy consciente de que percibo y siento todas estas cosas, y, sin embargo, lo que significan para mí, la manera en la que puedo expresar estas sensaciones en tanto experiencias ya están prefiguradas, se encuentran mediadas por el lenguaje y por lo mismo, son susceptibles de poder ser compartidas y apropiadas colectivamente.

La tecnología limita enormemente el número de posibles significados que el mundo puede llegar a tener para una persona[2]. Nunca habrá un dispositivo —  ni si quiera el lenguaje mismo —, que contemple todas las maneras en las que un sujeto pueda asimilar los entornos, artefactos y sistemas que lo rodean. Por lo tanto, tenemos que conciliar el hecho de que hay aspectos de la realidad que siempre van a permanecer mediados por subjetivaciones. Que estos aspectos siempre permanecerán ocultos en tanto limites sensoriales, de expresividad y de significación.

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Tecnología proviene de la raíz griega tekhné, que significa la manera de hacer las cosas, de construir objetos y de dar orden y materialidad a un conocimiento determinado en tanto logos (estudio, discurso o tratado).

La mayor característica de la tecnología actual, —  aquella que está operando después de lo digital, después del internet —  y que la aparta de las anteriores técnicas, es que estos dispositivos abarcan y pretenden mediar tantas áreas de lo social como sea posible. Creando un entramado complejo de fuerzas —   llamémoslas ideologías, pensamientos y representaciones — y generando sujetos que sobre-determinan acciones y significados. Puede que esto no suene nuevo, pero detengámonos a pensar qué sucede entonces con el sujeto virtual.

Las tecnologías — los dispositivos —  por sí mismos, no esconden dentro de su utilidad, nada que nos pueda ser revelado como el fundamento que gesta la creación de los sujetos a los que disponen en tanto herramientas, objetos o artefactos.

Se puede incluso determinar las condiciones socio-históricas y los patrones que han permeado el conocimiento científico como “innovación” para anteceder y prever el surgimiento de una nueva tecnología — Capacidad de procesamiento, incrementación de almacenamiento, ampliación y trans-formación de los sentidos, cuantificación ilimitada, etc. —

Lo qué no es predecible ni previsible, incluso bajo el orden idealista del progreso de la innovación que se le adjudica a la creciente complejidad de los sistemas computables, es el tipo de subjetividades que estos sistemas y artefactos pueden generar.

Este proceso de apropiación es, en primer lugar, de tipo sensorial y de generación de significados, y, en segundo lugar, contiene variables y barreras de entendimiento y apropiación del conocimiento que van de lo emocional, lo sensorial, los múltiples razonamientos, a lo generacional, lo geográfico, lo político, etc. Por lo que, en última instancia, estamos hablando de una conformación identitaria de índole cultural, de apropiación de los significados dados por subjetivaciones mediadas por dispositivos.

En el caso del arte, el desplazamiento de su significación en tanto arte ocurrió —en una de tantas veces — cuando surgieron las computadoras y los sistemas digitales. La circunstancia tecnológica ocasionó que se trasformaran las prácticas del arte, y con ello se amplió sus modos para generarlo, producirlo y también consumirlo.

Cuando hablamos de los sujetos generados por los entornos y modos de vida virtuales. Aquellos que se conforman por su interconectividad entre unos y otros a través de las interfaces, de las mediaciones sensoriales con un entorno inmaterial, y de una instantaneidad comunicativa ofrecida por el dispositivo del internet, se consolida y subjetiva un modo de ser meta-sensorial. Aumentado en su realidad y mediado en su interactividad.

El sujeto virtual entonces, se atribuye a sí mismo una manera de consolidarse en el entorno en el que se encuentra inmerso y se extrapola con su realidad inmediata y material. Se reconoce de una determinada manera frente a otros sujetos virtuales, y media ese reconocimiento de orden identitario con ayuda de los soportes que el mismo entorno e interfaz disponen sobre él. 

De la misma manera en la que puedo compartir un sueño, y, dejando a un lado que este posea un sentido legible, el hecho de que me haya provocado una sensación de placer o de terror y me haya hecho experimentar una situación imaginaria de determinada manera, ha dispuesto en su virtualidad, que ahora algo opere de manera distinta en mi mundo inmediato y material. Pues el sentido de lo que sea que haya podido ocurrir en ese sueño, no tiene nada que ver con el hecho de que no lo haya experimentado, que no lo haya sentido de cierta manera, o de que no lo pueda compartir.

Dicho de otro modo, que este suceso no haya pasado en la realidad física, o que más bien, haya sucedido en mi de manera virtual, no quiere decir que el sueño deje de tener un significado para mí y que me haya dispuesto de determinada manera.

Efímero y etéreo, el sujeto virtual en tanto se puede encontrar subjetivado por un dispositivo digital está propicio a desaparecer con tan solo la bajada de un switch o la caída de un sistema informático. La realidad virtual es pues, un ejemplo de un dispositivo digital que dictamina su subsistencia gracias a la existencia de otros dispositivos tecnológicos.

Encaramos con el sujeto virtual, sentimientos que nunca podrán ser sentidos en el mundo material, pensamientos e ideas que no tienen base ontológica fuera de sus mediaciones meta-cognitivas y cadenas de signos que se extrapolan con los sistemas de significados que ya existen en el mundo material. El sujeto virtual, se comparte con otros sujetos virtuales en la generación de comunidades organizadas por emociones compartidas, sistemas de interacción mediados tecnológicamente y transferencia de significados que sólo significan dentro de su propia meta-realidad.

La alienación a la virtualidad se transforma ahora en una propiedad apenas descubierta colectivamente dentro de las raíces de la cognición y la interacción. Lo social se convierte de manera incrementada en algo representable y es, en última instancia, transformado en experiencias que son estéticas, reproducibles y generan tanto deseo como desasosiego.

Disponen, en fin, a los sentidos — primordialmente a la vista — de determinada manera, como la silla en un salón dispone a mi cuerpo para que no me distraiga cuando estoy tomando una clase. En este sentido, el campo del cuerpo y el dominio de la experiencia también se transforman, dando pie no a la desaparición del cuerpo, sino a su disposición mediada por los soportes virtuales.

El sujeto virtual, remplaza a los órdenes de subjetivación viejos, pues está mejor situado para encarar, entender y proveer de significación la especulación de la vida y los sistemas mediados por el internet y los dispositivos post-digitales.

La pantalla, las imágenes, el teléfono, el entorno virtual y el deseo convergen en el mundo mediado y, hasta que no se reconozca el rol de los dispositivos post-digitales, en el entendido de que están transformando nuestra manera de ser sujetos a la virtualidad y al mundo material de la misma manera, corremos el riesgo de caer en una infinita confusión de significados, que solo pueden llegar a significar en el entramado que se teje entre los sujetos, los soportes virtuales y los dispositivos que los generan.


[1] Recomiendo, para delimitar de manera puntual las acepciones y usos del concepto post-digital, consultar la recopilación de textos que compilan una introducción a las prácticas post-digitales en el libro publicado por Transmediale: “Across & Beyond - A Transmediale Reader on Post-Digital Practices, Concepts and Institutions”.

[2] Esto incluye al lenguaje mismo, de ahí que no todos compartamos la misma lengua y que los diferentes idiomas tengan sistemas gramaticales, semánticos y sintácticos distintos. Que existan diferentes palabras para hablar de un determinado objeto o de un mismo fenómeno, es consecuencia de los límites del entendimiento cultural propios de una lengua en un espacio y tiempo determinado.

Bibliografía

Agamben, G. (2011). ¿Qué es un dispositivo? Sociológica, 249-264.

Bishop, R. G. (2017). Introduction . En Across & Beyond - A Transmediale Reader on Post-Digital Practices, Concepts and Institutions (pág. 11). Sternberg Press.

Katz, C. (1998). Determinismo tecnológico y determinismo histórico-social. (U. N. Quilmes, Ed.) Redes, V(11), 37-52.

Krug, G. (2005). Communication, Technology and Cultural Change. Londres: Sage.

Lamas, N. (2019). Archæology of Darkness. Exhibition view: Archæology of Darkness'. Meessen De Clercq, Bruselas, Bélgica. Obtenido de https://nicolaslamas.net/Archaeology-of-darkness

Steyerl, H. (2015). Too Much World: Is The Internet Dead? En The Internet Does Not Exist  (pág. 16). Sternberg Press.