Poder nómada y resistencia cultural

Capítulo 2 de The Electronic Disturbance

por Critical Art Ensemble

1994

 
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El término que mejor describe la condición social actual es el de liquescencia. Los marcadores de estabilidad de antaño, como Dios o la Naturaleza, han caído en el agujero negro del escepticismo, disolviendo la identificación posicionada de sujeto u objeto. El sentido fluye simultáneamente a través de un proceso de proliferación y condensación, a la vez que deriva, se desliza, se precipita hacia las antinomias del apocalipsis y la utopía. El lugar del poder -y el lugar de la resistencia- descansa en una zona ambigua, una zona sin fronteras. ¿Cómo podría ser de otro modo, cuando el poder fluye en la transición entre dinámicas nómadas y estructuras sedentarias, entre la hipervelocidad y la hiperinercia? Tal vez sea utópico comenzar con la afirmación de que la resistencia comienza (¿y termina?) con una expulsión nietzscheana de la catatonia inspirada en la condición postmoderna, sin embargo, la naturaleza disruptiva de la conciencia deja pocas opciones.

Pisar el agua en el estanque del poder líquido no tiene por qué ser una imagen de aquiescencia y complicidad. A pesar de su incómoda situación, el/la activista políticx y el/la activista cultural (anacrónicamente conocidx como artista) aún pueden producir disturbios. Aunque dicha acción pueda parecerse más a los gestos de la persona que se ahoga, y no se sabe con certeza qué es lo que se está perturbando, en esta situación postmoderna favorece el acto de perturbación.

Después de todo, ¿qué otra posibilidad hay? Por ello, las antiguas estrategias de "subversión" (una palabra que en el discurso crítico tiene tanto significado como la palabra "comunidad"), o el ataque camuflado, han quedado bajo una nube de sospecha. Saber qué subvertir supone que las fuerzas de opresión son estables y pueden ser identificadas y separadas. Una suposición que es demasiado fantástica en una época de dialéctica en ruinas. Saber cómo subvertir presupone una comprensión de la oposición que descansa en el reino de la certeza, o (al menos) de la alta probabilidad. El ritmo al que se cooptan las estrategias de subversión indica que la capacidad de adaptación del poder se subestima con demasiada frecuencia. Sin embargo, hay que reconocer el mérito de lxs que se resisten, en la medida en que el acto o el producto subversivo no se reinvente de forma cooperativa tan rápidamente como la de la estética burguesa de la eficacia.

El peculiar entrelazamiento de lo cínico y lo utópico en el concepto de perturbación como una apuesta necesaria es una herejía para aquellxs que todavía se adhieren a las narrativas del siglo XIX en las que los mecanismos y la(s) clase(s) de opresión, así como las tácticas necesarias para superarles, están claramente identificados.

Después de todo, la apuesta está profundamente conectada con las apologías conservadoras del cristianismo, y el intento de apropiarse de apropiarse de la retórica y los modelos racionalistas para persuadir a lxs caídos de a volver a la escatología tradicional. Un renunciante cartesiano como Pascal, o un revolucionario renegado como Dostoievski, tipifican su uso. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la promesa de un futuro mejor, ya sea secular o espiritual, siempre ha supuesto la economía de la apuesta. La conexión entre la historia y la necesidad es cínicamente humorística cuando unx mira hacia atrás sobre el rastro de escombros políticos y culturales de la revolución y la casi-revolución en ruinas. Las revoluciones francesas de 1789 a 1968 nunca frenaron la obscena marea de la mercancía (parecen haber contribuido a allanar el camino), mientras que las revoluciones rusa y cubana se limitaron a sustituir la mercancía por el anacronismo totalizador de la burocracia.

En el mejor de los casos, todo lo que se deriva de estas disrupciones es una estructura para una revisión nostálgica de los momentos reconstituidos de autonomía temporal. A lxs productorxs cultural no les ha ido mejor. Mallarmé hizo surgir el concepto de la apuesta en una tirada de dados y, tal vez sin quererlo, liberó la invención del búnker del trascendentalismo que esperaba defender así como liberó al artista del mito del sujeto poético (es razonable sugerir que de Sade ya había realizado estas tareas en una fecha muy anterior). Duchamp (el ataque al esencialismo), el Cabaret Voltaire (la metodología de la producción aleatoria) y el Dada de Berlín (la desaparición del arte en la acción política) perturbaron las aguas culturales y abrieron uno de los pasajes culturales para el resurgimiento del trascendentalismo en el surrealismo tardío. Como reacción a los tres anteriores, también se abrió un cauce para la dominación formalista (todavía hoy el demonio de la cultura-texto) que encerró al objeto-cultural en el mercado de lujo del capital. Sin embargo, la apuesta de estos precursores de la perturbación reinyectó el sueño de la autonomía con la anfetamina de la esperanza que da a lxs creadorxs y activistas culturales contemporáneos la energía para subirse a la mesa de juego electrónica para volver a tirar los dados.

En las guerras persas, Heródoto describe a un temido pueblo conocido como lxs escitas, que mantenía una sociedad hortícola-nómada a diferencia de los imperios sedentarios de la "cuna de la civilización". La tierra natal de lxs escitas, en el norte del Mar Negro, era inhóspita tanto desde el punto de vista climático como geográfico pero se resistió a la colonización tanto por razones naturales como por la falta de medios económicos o militares para colonizarla o subyugarla. Sin ciudades ni territorios fijos, esta "horda errante" nunca pudo ser realmente localizada. En consecuencia, nunca se les pudo conquistar. Mantenían su autonomía mediante el movimiento, lo que hacía parecer a lxs forasterxs que siempre estaban presentes y preparados para el ataque, incluso cuando estaban ausentes. El temor que inspiraban lxs escitas estaba bastante justificado, ya que a menudo se encontraban a la ofensiva militar, aunque nadie sabía dónde hasta el momento de su aparición, o hasta que se descubrían los rastros de su poder. Mantenían una frontera flotante en su tierra natal, pero el poder no era una cuestión de ocupación espacial para lxs escitas. Vagaban, tomando territorio y tributo según sus necesidades, en cualquier área que se encontraran. Al hacerlo, construyeron un imperio invisible que nombraron "Asia" durante veintisiete años, mismo que se extendió hasta el sur de Egipto. El imperio no era sostenible ya que su naturaleza nómada negaba la necesidad o el valor de mantener territorios (las guarniciones no se dejaron en los territorios derrotados). Eran libres de deambular, ya que sus adversarixs se dieron cuenta rápidamente de que, incluso cuando la victoria parecía probable, por razones prácticas era mejor no enfrentarse a ellxs y concentrar el esfuerzo militar y económico en otras sociedades sedentarias, es decir, en sociedades en las que se podía localizar y destruir una infraestructura. Esta política fue reforzada ya que un compromiso con lxs escitas requería que lxs atacantes se dejaran encontrar por lxs escitas. Era extraordinariamente raro que lxs escitas fueran sorprendidxs en una postura defensiva. Si a lxs escitas no les gustaban las condiciones de compromiso siempre tenían la opción de permanecer invisibles, y así evitar que el enemigo construyera un teatro de operaciones.

Este modelo arcaico de distribución de poder y estrategia depredadora ha sido reinventado por la élite del poder del capital para los mismos fines. Su reinvención se basa en la apertura tecnológica del ciberespacio, donde la velocidad/ausencia y la inercia/presencia chocan con la hiperrealidad. El modelo arcaico de poder nómada para un imperio inestable ha evolucionado hasta convertirse en un medio de dominación sostenible. En un estado de doble significación, la sociedad contemporánea de nómadas se convierte en un campo de poder difuso y sin localización, y en una máquina visual fija que aparece como espectáculo. El primero permite la aparición de la economía global, mientras que el segundo actúa como una guarnición en diversos territorios, manteniendo el orden de la mercancía con una ideología específica para la zona en cuestión.

Aunque tanto el campo de poder difuso como la máquina visual se integran a través de la tecnología, y son piezas necesarias para el imperio global, es el primero el que ha realizado plenamente el mito escita. El paso del espacio arcaico a la red electrónica ofrece todas las ventajas del poder nómada: lxs nómadas militarizadxs están siempre a la ofensiva. La obscenidad del espectáculo y el terror de la velocidad son sus compañeros constantes. En la mayoría de los casos, las poblaciones sedentarias se someten a la obscenidad del espectáculo y pagan con gusto el tributo exigido, en forma de trabajo, material y beneficios. Primer mundo, tercer mundo, nación o tribu, todxs deben rendir tributo. Las naciones, las clases, las razas y géneros de la sociedad moderna sedentaria se mezclan bajo la dominación nómada en el papel de sus trabajadorxs de servicio, en cuidadores de la ciberélite. Esta separación, mediada por el espectáculo, ofrece tácticas que están más allá del arcaico modelo nómada. En lugar de un saqueo hostil de un adversarix, hay un saqueo amistoso, realizado seductora y extáticamente contra el pasivx.

La hostilidad de lxs oprimidxs se reencauza hacia la burocracia, que desvía el antagonismo del campo de poder nómada. El repliegue en la invisibilidad de la no localización impide que lxs atrapadxs en el bloqueo espacial panóptico definan un lugar de resistencia (un teatro) y de operaciones, y se ven secuestradxs en un bucle histórico de resistencia a los monumentos del capital muerto.

No tener que adoptar una postura defensiva es la mayor fuerza de lxs nómadas. A medida que los núcleos de información electrónica se desbordan con archivos de personas electrónicas (las transformadas en historiales de crédito, tipos de consumidorxs, patrones y tendencias, etc.), investigación electrónica, dinero electrónico y otras formas de poder de la información, el nómada es libre de vagar por la red electrónica y cruzar las fronteras nacionales con una resistencia mínima de las burocracias locales. El ámbito privilegiado del espacio electrónico controla la logística física de la fabricación, ya que la salida de las materias primas y los productos manufacturados requiere el consentimiento y la dirección electrónicos. Este poder debe ser cedido al reino cibernético, o la eficiencia (y por tanto la rentabilidad) de la compleja fabricación, distribución y consumo se colapsaría en una brecha de comunicación. Lo mismo ocurre con lxs militares: hay un control cibernético de los recursos de información y su dispersión. Sin mando y control, lxs militares se vuelven inmóviles o, en el mejor de los casos, se limitan a una dispersión caótica en un espacio localizado. Todas las estructuras sedentarias se convierten en esclavas de lxs nómadas.

La propia élite nómada es frustrantemente difícil de comprender. Incluso en 1956, cuando C. Wright Mills escribió "La élite del poder", hablaba de que la élite sedentaria ya entendía la importancia de la invisibilidad (esto supuso un gran cambio con respecto a los de la aristocracia feudal). Mills encontró imposible obtener información directa sobre la élite y se quedó con especulaciones extraídas de categorías empíricas (por ejemplo, el registro social). A medida que la élite contemporánea se desplaza de las zonas urbanas a la descentralización y desterritorialización del ciberespacio, el dilema de Mills se agrava cada vez más.

¿Cómo puede evaluarse críticamente un sujeto que no puede ser localizadx, examinadx o incluso vistx? El análisis de clase llega a un punto de agotamiento. Subjetivamente hay una sensación de opresión por parte de una entidad difícil de localizar. Con toda probabilidad, este grupo no es en absoluto una clase -es decir, un agregado de personas con intereses políticos y económicos comunes- sino una conciencia militar de élite descargada. La ciberélite es ahora una entidad trascendente que sólo puede ser imaginada. Si han integrado motivos programados se desconoce.

Quizás sí o quizás sus acciones depredadoras fragmentan su solidaridad, dejando las vías electrónicas compartidas y los almacenes de información como única base de la unidad. La paranoia de la imaginación es la base de mil teorías de conspiración, todas las cuales son verdaderas. Tira los dados.

El desarrollo de un poder nómada ausente y potencialmente inexpugnable, junto con la visión de retaguardia de la revolución en ruinas, casi ha silenciado la voz contestataria. Tradicionalmente, en tiempos de desilusión, las estrategias de retraimiento comienzan a dominar. Para lxs productorxs culturales numerosos ejemplos de participación cínica pueblan el paisaje de la resistencia. Me viene a la mente la experiencia de Baudelaire. En 1848, luchó en las barricadas, guiado por la idea de que "la propiedad es un robo" sólo para volverse al nihilismo tras el fracaso de la revolución. (Baudelaire nunca pudo rendirse del todo. Su uso del plagio como estrategia colonial invertida recuerda con fuerza la noción de que la propiedad es un robo). El primer proyecto surrealista de André Breton, que sintetiza la liberación del deseo con la liberación de lxs trabajadorxs - se deshizo cuando se enfrentó al ascenso del fascismo (también hay que señalar las discusiones personales de Breton con Louis Aragon sobre la función del artista como agente revolucionarixx. Breton nunca pudo abandonar la idea del yo poético como narrativa privilegiada). Breton abrazó cada vez más el misticismo en los años 30, y terminó retirándose totalmente al trascendentalismo. La tendencia del trabajador cultural desilusionadx a replegarse hacia la introspección para eludir la pregunta ilustrada de "¿Qué hacer con la situación social a la luz del poder sádico?" es la representación de la vida a través de la negación. No es que la liberación interior sea indeseable e innecesaria, sólo que no puede llegar a ser singular o privilegiada. Apartarse de la revolución de la vida cotidiana y colocar la resistencia cultural bajo la autoridad del yo poético, siempre ha conducido a una producción cultural que es la más fácil de mercantilizar y burocratizar.

Desde el punto de vista posmoderno la categoría decimonónica del siglo XIX, la categoría del yo poético (delineada por lxs decadentes, lxs simbolistas, la escuela de Nabis, etc.) ha llegado a representar la complicidad y la aquiescencia cuando se presenta como puro. La cultura de la apropiación ha eliminado esta opción en sí misma (todavía tiene cierto valor como punto de intersección. Por ejemplo, Bell Hooks lo utiliza muy bien como punto de entrada a otros discursos). Aunque necesita una revisión, el lema modernista de Asger Jorn "La vanguardia nunca se rinde" sigue teniendo cierta relevancia. La revolución en ruinas y el laberinto de la apropiación han vaciado la reconfortante certeza de la dialéctica. La línea divisoria marxista en la que los medios de opresión tenían una identidad clara y la ruta de la resistencia era unilineal, ha desaparecido en el vacío del escepticismo. Sin embargo, esto no es excusa para la rendición. El surrealista condenado al ostracismo, Georges Bataille, presenta una opción aún no explorada del todo: En la vida cotidiana, en lugar de enfrentarse a la estética de utilidad, atacar desde la retaguardia a través de la economía no racional de lo perverso y sacrificado. Tal estrategia ofrece la posibilidad de cruzar la perturbación exterior e interior.

La importancia del movimiento de desilusión de Baudelaire a Artaud es que sus practicantes imaginaron la economía del sacrificio. Sin embargo, su concepción estaba ubicada en la tragedia, reduciéndola a un recurso de explotación "artística". Para complicar aún más las cosas, la presentación artística de lo perverso era siempre tan grave que, en consecuencia, se pasaban por alto los lugares de aplicación. La asombrosa constatación de Artaud de que el cuerpo sin órganos había aparecido, aunque parecía no estar seguro de lo que podía ser, se limitaba a la tragedia y al apocalipsis. Los signos y las huellas del cuerpo sin órganos aparecen en toda la experiencia mundana. El cuerpo sin órganos es Ronald McDonald, no una estética esotérica. Después de todo, hay un lugar crítico para la comedia y el humor como medio de resistencia. Tal vez esta sea la mayor contribución de la Internacional Situacionista a la estética posmoderna. El Nietzsche bailarín vive.

Además del retratismo estetizado, una variedad más sociológica atrae a lxs resistentes románticos: una versión primitiva de la desaparición nómada. Se trata de la retirada desilusionada a zonas fijas que eluden la vigilancia. Por lo general, el retiro es a las zonas rurales más negadoras de la cultura, o a barrios urbanos desterritorializados. El principio básico es lograr la autonomía escondiéndose de la autoridad social. Como en las sociedades cuya cultura no se puede tocar porque no puede ser encontrada, la libertad es mayor para lxs que participan en el proyecto. Sin embargo, a diferencia de las sociedades de bandas que surgieron dentro de un territorio determinado, estas comunidades trasplantadas son siempre susceptibles de contagio por el espectáculo, el lenguaje, e incluso la nostalgia por los entornos anteriores, rituales y sus hábitos. Estas comunidades son intrínsecamente inestables (lo que no es necesariamente negativo). Si estas comunidades pueden transformarse en campamentos para lxs desilusionadxs y derrotadxs (como en los Estados Unidos de finales de los 60 y principios de los 70) en bases efectivas de resistencia está por verse. Hay que preguntarse si una base de resistencia sedentaria eficaz no será rápidamente expuesta y socavada, de modo que no durará lo suficiente como para surtir efecto.

Otra narrativa del siglo XIX que persiste más allá de su vida natural es el movimiento obrero, es decir, la creencia de que la clave de la resistencia es que un cuerpo organizado de trabajadorxs detenga la producción. Al igual que la revolución, la idea del sindicato se ha hecho añicos, y quizás nunca haya existido en la vida cotidiana. La ubicuidad de las huelgas rotas, las cesiones y los despidos atestigua que lo que se llama sindicato no es más que una burocracia laboral.

La fragmentación del mundo -países, regiones, primer y tercer mundo, etc., como medio de disciplina del poder nómada- ha anacronizado los movimientos obreros nacionales. Los centros de producción son demasiado móviles y las técnicas de gestión demasiado flexibles para que la acción laboral sea eficaz. Si la mano de obra de una zona se resiste a las exigencias de las empresas, se encuentra rápidamente una fuente de trabajo alternativa. El traslado de las plantas de producción de Dupont y General Motors a México, por ejemplo, demuestra esta capacidad nómada. México como colonia laboral también permite reducir el costo unitario, al eliminar los "estándares salariales" del primer mundo y las prestaciones a lxs empleadxs. La velocidad del mundo corporativo se paga con la intensificación de la explotación; la fragmentación sostenida del tiempo y del espacio lo hace posible. El tamaño y la desesperación de la mano de obra del tercer mundo, junto con los sistemas políticos cómplices no proporcionan a lxs trabajadorxs organizados ninguna base desde la cual negociar. Lxs situacionistas trataron de hacer frente a este problema rechazando el valor del trabajo y del capital. Todos deberían dejar de trabajar: lxs trabajadorxs, lxs burócratas, lxs trabajadorxs de servicios, todxs.

Aunque es fácil simpatizar con el concepto, éste presupone una unidad poco práctica. La noción de huelga general era demasiado limitada; se empantanó en las luchas nacionales, nunca se movió más allá de París, y al final hizo poco daño a la maquinaria global. La esperanza de una huelga más de élite que se manifestara en el movimiento de ocupación fue una estrategia que también murió al llegar, por la misma razón.

El deleite situacionista en la ocupación es interesante en la medida en que era una inversión del derecho aristocrático a la propiedad, aunque este mismo hecho lo hace sospechoso desde su de su origen, ya que incluso las estrategias modernas no deberían limitarse a invertir las instituciones feudales. La relación entre ocupación y propiedad, tal y como se presenta en el pensamiento social conservador, fue apropiada por lxs revolucionarixs en la primera revolución francesa. La liberación y ocupación de la Bastilla fue significativa no tanto por lxs pocxs prisionerxs liberadxs, sino para señalar que la obtención de la propiedad a través de la ocupación es un arma de doble filo. Esta inversión convirtió la noción de propiedad en una justificación conservadora del genocidio. En el genocidio irlandés de la década de 1840, lxs terratenientes inglesxs se dieron cuenta de que sería más rentable utilizar sus fincas para la cría de animales de pastoreo que dejar allí a lxs agricultorxs arrendatarixs que tradicionalmente ocupaban las tierras.

Cuando el tizón de las papas destruyó las cosechas de lxs arrendatarixs y lxs dejó sin poder pagar la renta, se percibió una apertura para el desalojo masivo. Lxs terratenientes inglesxs solicitaron y recibieron ayuda militar de Londres para desalojar a lxs agricultorxs y asegurarse de que no volvieran a ocupar las tierras. Por supuesto, lxs granjeros creían que tenían derecho a estar en la tierra debido a su larga ocupación de la misma, independientemente de que no pagaran la renta. Desgraciadamente, lxs campesinxs se convirtieron en un puro exceso de población al no reconocérseles su derecho a la propiedad por ocupación. Se promulgaron leyes que les negaban el derecho a migrar a Inglaterra, dejando que miles de personas murieran sin comida ni refugio en el invierno irlandés. Algunxs pudieron migrar a los Estados Unidos y permanecieron vivxs, pero sólo como abyectxs refugiadxs. Mientras, en los propios Estados Unidos, el genocidio de lxs nativxs americanxs estaba muy avanzado, justificado en parte por la creencia de que, dado que las tribus nativas no poseían tierras, todos los territorios estaban abiertos y, una vez ocupados (investidos de valor sedentario), podían ser "defendidos". La teoría de la ocupación ha sido más amarga que heroica.

En el periodo postmoderno del poder nómada, los movimientos obreros y de ocupación no han sido relegados al montón de basura histórica pero tampoco han seguido ejerciendo la potencia que tenían antes. El poder de las élites, que se ha desprendido de sus bases nacionales y urbanas para vagar en ausencia por las vías electrónicas, ya no puede ser desbaratado por estrategias basadas en la contestación de las fuerzas sedentarias. Los monumentos arquitectónicos del poder están huecos y vacíos, y ahora sólo funcionan como búnkeres para lxs. Son lugares seguros que revelan meras huellas del poder. Como toda arquitectura monumental, silencian la resistencia y el resentimiento mediante los signos de resolución, continuidad, mercantilización y nostalgia. Estos lugares pueden ser ocupados, pero hacerlo no interrumpirá el flujo nómada. En el mejor de los casos, tal ocupación es una perturbación que puede hacerse invisible mediante la manipulación de los medios de comunicación; un búnker especialmente valorado (como una burocracia) puede ser fácilmente reocupado por la máquina de guerra posmoderna. Los objetos electrónicos de valor dentro del búnker, por supuesto, no pueden ser tomados por medidas físicas.

La red que conecta los búnkeres -la calle- tiene tan poco valor para el poder nómada que se ha dejado a la clase baja (una excepción es el mayor monumento a la máquina de guerra jamás construido: El sistema de autopistas interestatales. Todavía valorado y bien defendido, ese lugar no muestra casi ningún signo de perturbación). Dar la calle a la más alienada de las clases asegura que sólo la alienación profunda puede ocurrir allí. No sólo la policía, sino lxs delincuentes, lxs adictxs e incluso las personas sin hogar son utilizadxs como perturbadorxs del espacio público. La aparición real de la clase baja, en conjunción con el espectáculo mediático, ha permitido a las fuerzas del orden construir la percepción histérica de que las calles son inseguras, insalubres e inútiles. La promesa de seguridad y familiaridad atrae a hordas de incautxs a los espacios públicos privatizados, como los centros comerciales. El precio de este proteccionismo es la renuncia a la soberanía individual.

Nadie más que la mercancía tiene derechos en el centro comercial. Las calles en particular y los espacios públicos están en ruinas. El poder nómada habla a sus seguidorxs a través de la autoexperiencia de los medios electrónicos. Cuanto más pequeño es el público, mayor es el orden. La vanguardia nunca se rinde y, sin embargo, las limitaciones de los modelos anticuados y los lugares de resistencia tienden a empujarla al vacío de la desilusión. Es importante mantener los búnkeres bajo asedio; el vocabulario de la resistencia debe ampliarse para incluir medios electrónicos. Al igual que la autoridad situada en la calle se enfrentó en su día a manifestaciones y barricadas, la autoridad que se sitúa en el campo electrónico debe enfrentarse a la resistencia electrónica. Puede que las estrategias espaciales no sean clave en estas acciones, pero son necesarias como apoyo, al menos en el caso de la perturbación de amplio espectro. Estas antiguas estrategias de desafío físico también están mejor desarrolladas, mientras que las estrategias electrónicas no lo están. Ha llegado el momento de prestar atención a la resistencia electrónica, tanto en términos de búnker como de campo nómada. La inercia prolongada equivale al colapso de la autoridad nómada a nivel mundial. Esta estrategia no requiere una acción colectiva unificada, ni requiere una acción simultánea en numerosas zonas geográficas. Lxs menos nihilistas podrían resucitar la estrategia de ocupación manteniendo los datos como rehenes en lugar de como propiedad. Sea cual sea el medio por el que se manifieste la autoridad electrónica, la clave es interrumpir totalmente el mando y el control. En tales condiciones, todo el capital muerto en el militar/corporativo se convierte en una fuga económica. Material, equipo y fuerza de trabajo se quedarían sin un medio de despliegue. El capital tardío colapsaría bajo su propio peso excesivo.

Aunque esta sugerencia no es más que un escenario de ciencia ficción, esta narrativa revela problemas que deben ser abordados. El más obvio es que aquellxs que se han comprometido con la ciberrealidad son generalmente un grupo despolitizado. La mayoría de las infiltraciones en el ciberespacio han sido o bien vandalismo lúdico (como el programa de Robert Morris, o la cadena de virus para PC como Michaelangelo), espionaje políticamente equivocado (el hackeo de Markus Hess de computadoras militares, que posiblemente se hizo en beneficio de la KGB), o venganza personal contra una fuente particular de autoridad. El código ético de lxs hackers * desaconseja cualquier acto de perturbación en el ciberespacio. Incluso la Legion of Doom (un grupo de jóvenes hackers que metió miedo al Servicio Secreto) afirma no haber dañado nunca un sistema. Sus actividades estaban motivadas por la curiosidad sobre los sistemas informáticos y la creencia en el libre acceso a la información.

Más allá de estas preocupaciones muy centradas en la información descentralizada, el pensamiento o la acción política nunca ha entrado realmente en la conciencia del grupo. Todos los problemas que han tenido con la ley (y sólo unxs pocxs miembros infringen la ley) se debieron al fraude de créditos o a la intrusión electrónica. El problema es muy parecido al de politizar a lxs científicxs cuyas investigaciones conducen al desarrollo de armas. Hay que preguntarse: ¿Cómo se puede pedir a estos grupos que desestabilicen o estrellen su propio mundo? Para complicar aún más las cosas, sólo unxs pocxs comprenden los conocimientos especializados necesarios para tal acción. La ciberrealidad es la menos democratizada de todas las fronteras. Como se ha mencionado anteriormente, lxs cibertrabajadorxs como clase profesional no tienen que estar totalmente unificados, pero ¿cómo se puede reclutar a suficientes miembros de esta clase para escenificar una disrupción, especialmente cuando la ciberrealidad está sometida a una autovigilancia de última generación? Estos problemas han atraído a muchxs artistas a los medios electrónicos y esto ha hecho que parte del arte electrónico contemporáneo tenga una gran carga política. Dado que es poco probable que lxs científicxs o programadorxs generen una teoría de la perturbación electrónica, lxs artistas-activistas (así como otros grupos interesados) han tomado la responsabilidad de ayudar a proporcionar un discurso crítico sobre lo que está en juego en el desarrollo de esta nueva frontera. Al apropiarse de la autoridad legitimada de la "creación artística" y utilizándola como medio para establecer un foro público para especular sobre un modelo de resistencia dentro de la tecnocultura emergente, lxs productorxs culturalxs pueden contribuir a la lucha perpetua contra el autoritarismo. Además, las estrategias concretas de comunicación imagen/texto, desarrolladas a través del uso de la tecnología que ha caído en las grietas de la maquinaria de guerra, permitirán a lxs interesadxs inventar material explosivo para arrojar a los búnkeres político-económicos. Los carteles, los panfletos, el teatro callejero, el arte público... todos fueron útiles en el pasado. Pero, como ya se ha dicho, ¿dónde está el "público"; quién está en la calle? A juzgar por el número de horas que pasamos viendo la televisión, parece que el público está comprometido electrónicamente. El mundo electrónico no está del todo establecido, y es hora de aprovechar esta fluidez mediante la invención, antes de que sólo nos quede la crítica como arma.

Los búnkeres ya han sido descritos como espacios públicos privatizados que cumplen diversas funciones particularizadas, como la continuidad política (oficinas gubernamentales o monumentos nacionales), o áreas para el frenesí del consumo (centros comerciales). En línea con la tradición feudal de la mentalidad de fortaleza, el búnker garantiza seguridad y familiaridad a cambio de la renuncia a la soberanía individual. Puede actuar como un agente seductor que ofrece la ilusión creíble de la elección consumista y la paz ideológica para lxs cómplices, o puede actuar como una fuerza agresiva que exige la aquiescencia de lxs resistentes. El búnker atrae a casi todxs a su interior, con la excepción de lxs que quedan para vigilar las calles. Después de todo, el poder nómada no ofrece la opción de no trabajar o no consumir. El búnker es un elemento tan omnipresente en la de la vida cotidiana que incluso lxs más resistentes no siempre pueden acercarse a él de forma crítica. La alienación, en parte, proviene de este incontrolable atrapamiento en el búnker.

Los búnkeres varían tanto en apariencia como en función. El búnker nómada -el producto de "la aldea global"- tiene una forma tanto electrónica como arquitectónica. La forma electrónica se ve como un medio de comunicación; como tal, intenta colonizar la residencia privada. Informativa distracción que se mueve como un flujo incesante de ficciones producidas por Hollywood, Madison Avenue y la CNN. La economía del deseo puede verse con seguridad a través de la ventana del espacio de la pantalla. Seguro en el búnker electrónico, una vida de autoexperiencia alienada (una pérdida de lo social) puede continuar en la aquiescencia silenciosa y la privación profunda. El/la espectadorx es llevadx al mundo mediado por la ideología de la pantalla. Esto es la vida virtual en un mundo virtual.

Al igual que el búnker electrónico, el búnker arquitectónico es otro lugar donde se cruzan la hipervelocidad y la hiperinercia. Estos búnkeres no se limitan a las fronteras nacionales; de hecho, abarcan todo el mundo. Aunque no pueden desplazarse realmente por el espacio físico, simulan la apariencia de estar en todas partes a la vez. La propia arquitectura puede variar considerablemente, incluso en lo que respecta a los tipos particulares; sin embargo, el logotipo o tótem de un tipo particular es universal, al igual que sus consumibles. En un sentido general, es su participación redundante en estas características lo que lo hace tan seductor. Este tipo de búnker fue típico del primer intento de nomadismo del poder capitalista. Durante la Contrarreforma, cuando la Iglesia católica se dio cuenta, durante el Concilio de Trento (1545-63), de que la presencia universal era la clave del poder en la era de la colonización, este tipo de búnker alcanzó la mayoría de edad (fue necesario el pleno desarrollo del sistema capitalista para producir la tecnología necesaria para volver al poder a través de la ausencia). La aparición de la iglesia en las zonas fronterizas tanto en Oriente como en Occidente, la universalización del ritual, el mantenimiento de una relativa grandeza en su arquitectura y el marcador ideológico del crucifijo, todo ello conspiró para presentar un lugar fiable de familiaridad y seguridad. Dondequiera que una persona estuviera, la patria de la iglesia la esperaba. En tiempos más contemporáneos, los arcos góticos se han transformado en arcos dorados. El McDonalds es global.

Allí donde se abre una frontera económica, también hay un McDonalds. Viajen donde viajen, la misma hamburguesa y la misma Coca-Cola les esperan. Al igual que la plaza de San Pedro de Bernini, los arcos dorados se extienden para abrazar a sus clientes, siempre que consuman, y se marchen cuando hayan terminado. Mientras se está en el búnker, las fronteras nacionales son cosa del pasado, de hecho se está en casa. ¿Por qué viajar? Al fin y al cabo, vayas donde vayas, ya estás allí. También hay búnkeres sedentarios. Este tipo está claramente nacionalizado y, por tanto, es el búnker preferido por los gobiernos. Es el tipo más antiguo que aparece en los albores de la sociedad compleja y alcanza su punto álgido en la sociedad moderna con conglomerados de búnkeres repartidos por toda la extensión urbana.

Estos búnkeres son, en algunos casos, el último rastro del poder nacional poder nacional centralizado (la Casa Blanca), o en otros, son de una élite cultural cómplice (la universidad), o lugares de continuidad fabricada (monumentos históricos). Estos lugares son los más vulnerables a la electrónica ya que sus imágenes y mitologías son las más fáciles de apropiarse. En cualquier búnker (junto con su geografía, territorio y ecología) lxs productorxs culturares son quienes pueden lograr la perturbación. Hay suficiente tecnología de consumo para reinscribir, al menos temporalmente, el búnker con imagen y el lenguaje que revelan su intención de sacrificio, así como la obscenidad de su estética utilitaria burguesa. El poder nómada ha creado el pánico en las calles con sus mitologías de subversión política, deterioro económico y la infección biológica, que a su vez producen una ideología de fortaleza y, por tanto, una demanda de búnkeres. Ahora es necesario llevar el pánico al búnker perturbando así la ilusión de seguridad y no dejar ningún lugar para esconderse. La incitación al pánico en todos los sitios es la apuesta posmoderna.