Semana 450_1 Meta-Mythical Optimisation
Meta-Mythical Optimisation
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Meta-Mythical Optimisation 〰️
con obra de Chino Moya
en Seventeen Gallery
del 23 de enero al 1 de marzo, 2025




Sin salida
por Susanna Davies-Crook
Atrapada en el plano rectangular de la imagen, se encuentra Deemona, un mundo surgido de una mente, cultivado a partir de una inteligencia. En esta constelación de pantallas, la muñeca rusa de metaficciones de Chino Moya desprende el significado de lo que es ser humano, las capas de piel y tendones hasta que no queda nada de significado corpóreo, sólo las marcas vacías del hábito. Se trata de una sombría advertencia, enmarcada en una «belleza» limpia y descarnada, de que quizá lo que sobreviva de nosotrxs no sea, de hecho, el amor*, y no sea humano en absoluto.
El mundo de Deemona, tal y como lo ha imaginado Moya desde su olímpica posición de metacreador, imagina un futuro en el que una entidad posthumana artificialmente inteligente se embarca en un problema de pensamiento, por diversión. Se plantea, mediante la revisión del archivo de la humanidad -lo que queda-, generar una civilización humana sin problemas. Este semidios artificial acaba con el sufrimiento, la miseria y la violencia ligados a la esfera corpórea. Casi en un sentido espiritual, la carne se despoja para invitar a lo divino, libre del horror de la encarnación. Los Cátaros del sur de Francia del siglo XII creían que «todxs somos chispas divinas, incluso ángeles aprisionadxs en carne humana» y, en oposición a la Iglesia católica, creían que el infierno estaba allí y que ellxs estaban en él.** En la mayoría de las religiones y filosofías, exceptuando el Tantra, el cuerpo es, en el mejor de los casos, un impedimento para Dios y, en el peor, la encarnación del mal.
Como explica Moya, su creación demiúrgica esculpe una sociedad colectiva en la que todo funciona, nada está sucio ni roto y todxs tienen razón. También hay una conciencia lateral y micelial o en red, y por lo tanto una eliminación de la jerarquía o identidad singular - sólo el colectivo, «trabajando como una orquesta, todo el mundo tiene ciertos movimientos y sonidos» explica Moya. Contribuyen a esta coreografía perfecta de optimización y funcionalidad, intentando imitar las formas de producir que tenían lxs humanos. Ven el régimen fordista como una cumbre e interpretan que lxs humanos debieron disfrutar y necesitaron del trabajo industrializado para existir. En la metanarrativa y la lógica del mundo de Moya, los torpes procesos del capitalismo tardío que, al igual que la religión, tratan de negar, destruir, eludir o eviscerar el cuerpo humano con el fin de alcanzar la ascensión o la productividad, son abstraídos e interpretados por estos cuerpos sin órganos en un bucle de CGI que recuerda a Sísifo.
Los paisajes urbanos y los bloques de pisos de Deemona, con su brutal formalismo urbano, una arquitectura gris y monótona, dieron origen a la obsesión de Moya por el escape. Las tierras del horror y la fantasía se acercaban sombrías y susurraban naderías de imaginarios especulativos. En Deemona, en lugar de los remolinos psicodélicos de los setenta de Diarios de las estrellas de Stanislav Lem o los robots sexys de Giger, o incluso la «ciencia ficción sobre utilizada» de Neuromante y Blade Runner, Moya vuelve a su obsesión atormentada por el mundo construido, clarificado y convertido en algo escalofriantemente mecánico.
El Dios IA de Deemona, que retuerce el código y extrapola a partir de los enormes conjuntos de datos a los que aún puede acceder, ha asumido, a partir de la información que ha recopilado para sí mismo en los últimos estertores de la raza humana, que «para existir plenamente, lxs humanos necesitan estar activxs y ocupadxs», según Moya, «necesitan trabajar». Inspirado por la novela de Olga Ravn Los empleados, en la que tanto humanos como androides se quejan del sistema de trabajo, se plantean qué es vivir con sentido y cómo funcionar dentro de la lógica de la productividad, Moya se siente intrigado por este «catálogo de quejas». Su ciencia ficción es un sistema precario en el que está incrustado el fracaso, a pesar del impulso hacia la perfección. Los gestos de los "humanos" son vacíos, huecos e innecesarios: es un acto. Están involucrados en acciones rituales estilizadas con objetos limitados y abstractos. Los signos de adivinación (como el tarot) están presentes, pero carecen de significado, porque ¿qué universo hay que escuchar en Deemona y quién está ahí para escucharlo? Estas figuras reproducen el movimiento, la actividad y la conexión espiritual en un ciclo lobotomizado e inquietante.




Estas figuras reproducen el movimiento, la actividad y la conexión espiritual en un ciclo lobotomizado y siniestro. Las películas de la serie Deemona se realizan con el aparato cinematográfico más tradicional, con departamentos completos de arte, vestuario y dirección de fotografía, formados por unas 30 personas, y un reparto completo, en colaboración con la productora Black Dog de Ridley Scott. Aquí, lxs actores son de carne y hueso, a diferencia de las nuevas películas creadas por la IA en la sala contigua, lo que añade una capa más a este círculo dentro de un círculo. Moya, como constructor de mundos y director, reduce los cuerpos de estos actores al mimetismo y los vacía de sangre. Estos cuerpos actúan, y luego vuelven a actuar, una y otra vez, hasta que no sabemos dónde empezó todo
Lxs actores y lxs avatares se sitúan en entornos generadxs mediante modelado en 3D, que Moya describe «como pintura», porque los entornos son estáticos y están muy controlados. Las locaciones que utiliza Moya están sacadas de no-lugares, tal y como las identificó Mark Auge, e influenciadas por la Poética del espacio de Gaston Bachelard y el concepto de Domesticidad en guerra de Beatriz Colomina. Las composiciones de arquitectura clásica y estructuras devocionales o sagradas se superponen y se abstraen de significado. Los rituales son inútiles, ideados por una entidad sintética que quiere jugar con la idea de lo que hacían los humanos cuando vivían y trabajaban en el planeta. El trabajo se vuelve abstracto. Lxs avatares «parecen ocupadxs».
En esta (ahora) era de la información, supuestamente trascendemos el objeto en favor del código y, sin embargo, seguimos atadxs a las venas de cable bajo el mar y a los órganos internos de las plantas de datos que saquean el mundo-cuerpo de Gaia, con el que no somos delicados y cuyo equilibrio está comprometido. Aquí, el demiurgo se olvida de esto o elige no ver los ríos contaminados y las guerras de combustibles fósiles que vinieron después, en su lugar crea una perfección mortal destilando memoria, ritual y proceso que sustituyen el valor de las economías de objetos. Esto se contrarresta con el tríptico de Moya sobre el terror de la IA, de lo que puede suceder.
Vista de exposición, Meta-Mythical Optimisation, en Seventeen Gallery, 2025
Interpretando los restos digitales y escarbando en los detritos tecnológicos de la humanidad, el semidios que Moya ha imaginado reproduce los mismos defectos y patrones que nosotrxs: seres humanos corporalmente comprometidos que buscan escapar. Aunque la muerte no llega a estas arquitecturas de devoción estéril, ¿qué aspecto tiene la huida para estxs ciudadanxs de Deemona? La decadencia, durante mucho tiempo competencia de la religión, los arcos góticos, los bodegones memento mori y las ficciones de vida eterna, sigue siendo una preocupación y algo a evitar en el mundo «idílico» de este no-lugar. El extraño bucle es particularmente perturbador, y la razón por la que se atasca en la garganta es precisamente porque no hay Muerte, no hay salvación del trabajo, el sufrimiento y el pecado, no hay regreso a la Tierra, al Señor o a los Antepasados. En Deemona, la paz y la calma del complejo post-corporal y post-laboral son puro terror.
Este binario del cuerpo y la muerte se reproduce en la película paralela de Moya Tres fluctuaciones, generada por IA y con voz en off. En uno de estos documentales narrados ficticios (pero cercanos) somos testigos de la evisceración de la carne a través de la crisis y el colapso, vemos la degradación y el horror del cuerpo, vemos cómo la carne ha sido bastardeada y rota por el futuro diario del que trabajamos para ser coautorxs.
Nuestro mundo de ahora se define actualmente por el genocidio fácil y los oprobios del fascismo en las tribunas presidenciales, lo peor repitiéndose. La narrativa ha permitido la catarsis. Inocente: empezamos, Experiencia: viajamos, aprendemos, alcanzamos la cima, nos cerramos, nos integramos, terminamos, seguimos adelante (quizás volvemos a empezar habiendo aprendido). Este es el arco de la historia, la vida y la muerte (y el renacimiento). Los bucles de Deemona nos lo niegan y, como tal, es una herida abierta, un trauma enmascarado como algo placentero.




La muerte y el complejo industrial juegan en la necropolítica del individuo en, y de, la masa dentro de nuestra enferma política del cuerpo. En este -nuestro- mundo «real», los broligarcas ejercen el control sobre los cuerpos y lxs bebés, al tiempo que intentan ampliar su propio alcance. Al tiempo que tratan de atemperar la autonomía corporal, buscan seguir vivos a toda costa. Esto no es especulativo, ya que las tramas de nuestras vidas se acercan cada vez más al Elíseo de Matt Damon, donde los ricos se hacen más ricos en una economía de pago por vivir y los pobres se queman y mueren. Este extraño bucle de pulsión de muerte, negación, lo reprimido y el deseo de negar la inevitable expiración es nuestra enfermedad. El síntoma es el capital y la producción y llegar al final de la vida, como hacen muchxs, y desear haber trabajado menos, haber amado más.
Pregunto por la esperanza. No parece haber lugar para ella en esta «ciencia ficción del colapso». No estamos en los bosques queer de Le Guin ni Moya nos permite entretenernos con su posibilidad: «Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. También el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por seres humanos. La resistencia y el cambio comienzan a menudo en el arte, y muy a menudo en nuestro arte, el arte de las palabras». Aquí, los cuerpos de la humanidad les han fallado y hace tiempo que perecieron, la información que queda apunta a una realidad sombría de cómo incluso vivimos. Moya señala que algunas de las ficciones especulativas más crudas y alabadas existen para servir de advertencia sobre el camino que no debemos tomar. Esto resuena ahora con más fuerza que nunca. Al igual que la bota de Orwell estampada para siempre en un rostro humano, las figuras de Moya quedan atrapadas para siempre tras las pantallas inodoras, insípidas e insensibles de sus bucles estériles, un recordatorio de dónde estuvo, está y podría llegar la humanidad si no dirigimos nuestros cuerpos, nuestros yoes y nuestra esperanza.
Texto e imágenes cortesía del artista y la galería.